La isla de Lobos está situada en medio del estrecho de la Bocaina, que separa Lanzarote de Fuerteventura. Aunque puede llegarse desde las dos islas, nuestro viaje comienza en el norte de Fuerteventura, desde donde el negro perfil volcánico de Lobos se recorta frente a las doradas dunas de Corralejo, junto a las que forma un Parque Natural desde 1982.
Tras un corto trayecto en el ferry, llegamos al muelle de Lobos, donde hay un letrero que indica las distintas direcciones que pueden seguirse. Nos dirigimos primero a El Puertito donde hay unas rústicas casas de piedra que sirven de vivienda a los marineros en verano. Un letrero avisa en varios idiomas "llévense las basuras"; también hay un restaurante donde puede encargarse la comida con antelación.
Saliendo de El Puertito, cruzamos primero uno de esos terrenos de lavas basálticas tan abundantes en las Islas Canarias, llamados malpaíses. La vegetación, escasa y adaptada para sobrevivir con un mínimo de tierra y de agua, está representada por tabaibas, aulagas o matamoros. Pero a cada tramo que recorremos, el panorama vegetal cambia de forma casi radical, como por ejemplo, en un lugar llamado las Lagunitas, donde las plantas se han adaptado a vivir en los saladares donde el agua del mar queda retenida durante largos períodos de tiempo. Aguantando cada una su especial situación, hay en total unas 130 especies vegetales distintas en esta isla.
Tras visitar el faro deshabitado, demostramos nuestra buena disposición física subiendo por el empinado perfil de la montaña de la Caldera, aunque a los pocos metros tenemos que detenernos para tomar aire y relajar un poco el ritmo un tanto acelerado de la marcha inicial. Algún tramo es especialmente delicado por el peligro de las piedras que se mueven al pisarlas. Llegamos a los 127 metros de la cumbre del cono volcánico un tanto sofocados pero con la radiante satisfacción de haberlo conseguido. Caminamos por la larga cresta que corona la Caldera zarandeados por un fuerte viento; y no llegamos hasta el final porque allí, una gaviota, que debe hacer las veces de centinela, avisa a sus compañeras de la llegada de extraños y todas unidas forman un coro de desaprobación. Nos inventamos una traducción humana de las cosas que nos estarán diciendo y preferimos dar media vuelta y no alterar el curso regular de la naturaleza.
Desde la cumbre divisamos en un ángulo de 360º los diversos tipos de terrenos volcánicos que forman la isla, cada uno con su propia tonalidad, la ensenada de arena negra que debió estar llena hace siglos de los lobos marinos, las antiguas salinas y un trozo de tierra lisa donde otros visitantes han dejado sus nombres y hasta declaraciones de amor con grandes letras hechas con piedras; y a uno y otro lado, el mar enmarcado por las costas de las islas hermanas mayores: Lanzarote y Fuerteventura. Por un momento, el viento amaina y el silencio envuelve la áspera perspectiva que alguna vez dejó el volcán, dando una apariencia de cierta inmovilidad instantánea. Pero sólo es nuestro estado de ánimo; el espíritu de la tierra y la vida late bajo este irreal paisaje.
Cuando bajamos de la Caldera nos dirigimos hacia la pequeña y recogida playa de la Caleta, de fina arena blanca, que está protegida del viento y es un remanso de paz; ideal para darse un buen chapuzón antes de regresar al ferry. Algunos excursionistas que venían en el barco se vinieron directamente a esta playa y de aquí no se han movido en todo el tiempo. Aunque, todo hay que decirlo, la bonita imagen que se divisa justo enfrente, correspondiente a las doradas dunas de Corralejo, queda un tanto afeada por los dos grandes hoteles construidos allí sin ningún sentido de respeto por el entorno. Entre la Caleta y el Puertito hay una zona, la única, señalizada para acampar.
Los lobos marinos, que dieron nombre a la isla por el gran número de ellos que había cuando llegaron los conquistadores a comienzos del siglo XV, fueron objeto de continuas matanzas por parte de los marineros que aquí tenían una forma muy cómoda de aprovisionarse de pieles, carne y grasa para sus viajes transcontinentales. Hace mucho que se fueron para no volver. Por otro lado, las numerosas gaviotas argénteas deberían compartir la isla con las pardelas cenicientas, pero estas últimas casi no se encuentran ya; las fuertes luces de Corralejo las atraen en la noche, donde se despistan, caen al suelo e, incapaces de reemprender el vuelo, casi siempre mueren. En diversos lugares de Fuerteventura hay carteles donde se avisa que si se encuentra alguna pardela herida se la meta en una caja de cartón y se avise a un determinado número de teléfono para que pasen a recogerla.